El 25 de Mayo de 2020, el estadounidense George Floyd fue asesinado en plena calle por un policía en Minneapolis, Minnesota.
El hecho nos ha calado hondo y ha hecho que reflexionemos una vez más sobre la injusticia y la desigualdad que sigue sin tregua a día de hoy.
Todo el mundo está hablando de racismo estos días: No al racismo, la vida de los negros importa… Y sí, hay racismo y sí la vida importa. Pero para mí esto no va solo de racismo, que también, esto va de mucho más. El problema de base está mucho más enquistado y es mucho más peligroso.
Estamos inmersos en luchas compartimentadas constantes. Luchamos contra el racismo, la xenofobia, el machismo, la homofobia, los derechos humanos, los derechos de los animales… Y tengo exactamente la misma sensación que cuando iba al instituto y me enseñaban por separado la historia, el arte y la literatura. O cuando escucho a una madre o a un padre decirle a su hijo gritando “¡Cuando los mayores hablan tú te callas!”, hay algo que me chirría profundamente. Y es algo que siempre llevo conmigo como una canción clavada en el cerebro.
A menudo intento buscar una solución, una síntesis, pero es como la Hidra de Lerna, cuando parece que has conseguido acabar con ella aparecen más y más cabezas. Aun y así, hay ciertas palabras que siempre se repiten, que siempre resuenan, y esas son reflexión, respeto y autocrítica.
“Yo no soy racista”, mientras te pones tenso cuando te cruzas a un marroquí a las cinco de la mañana, “yo no no soy machista” mientras le gritas a una mujer desde tu coche “mujer tenías que ser”, o “yo amo a los animales” mientras te comes una tapa de foie.
Así somos muchas veces, pero la culpa no solo es nuestra, es de los patrones culturales y sociales. Ciertos pensamientos están tan arraigados que vivimos así sin darnos cuenta. Es justamente ESO lo que hay que cambiar, darse cuenta. Es lo que marca la diferencia entre unos y otros. Es esa REFLEXIÓN consciente la que nos lleva a corregir algo que no queremos ser. Y es más difícil que ponerse un estandarte de algo, mucho más difícil, mucho menos vistoso e infinitamente más efectivo.
En la era digital y el postureo tenemos que luchar contra viento y marea para mantenernos fieles a unos principios que nos dejen dormir tranquilos por las noches. Lo importante no es que seas racista o machista hoy, es que seas valiente y lo reconozcas, es que te esfuerces por serlo menos mañana. Es que luches contra años y años de desinformación, años y años de prejuicios. Es aceptar las críticas y no defenderte cuando alguien te haga ver un comportamiento machista o racista. Es ser humilde y asumir que nos equivocamos. También va de amor y de tener paciencia con los que aprenden menos rápido.
Tengo un amigo vegano al que admiro profundamente y que muchas veces me hace sentir dolorosamente hipócrita cuando dice frases como
“Yo no digo que los veganos seamos mejores que los no veganos, pero no matar es mejor que matar, ¿o no?”
Mucha gente se le tira encima diciendo “¿Tú qué sabes si yo amo o no a los animales?” bla bla bla… Porque es más fácil eso que darle dos vueltas y admitir lo hipócritas que llegamos a ser. Porque cambiar cuesta. Decir que hemos cambiado, no. Así de simple. Los humanos somos vagos y orgullosos y bastante borregos. Nos sumamos a cualquier iniciativa que nos haga sentir que formamos parte del grupo sin dedicarle dos pensamientos. Si todos lo hacen yo también. No digo que esté mal hacer lo mismo que hacen los demás si después de valorar lo que hacen decidimos que se ajusta a lo que creemos que hay que hacer. El problema viene cuando lo hacemos sin pensar, simplemente por ser uno más, por sentirse parte de algo, por no desentonar.
Ese pensamiento, esa sensación, ese impulso, muchas veces irreflexivo por no desentonar, que nos hace llenar nuestros instagrams de fotos negras es el mismo que nos hace patear a un ser humano negro hasta matarlo. Son las dos caras de la moneda, el yin y el yang. Es utilizar internet para hablar con nuestros familiares en las antípodas o usarlo para buscar pornografía infantil. Es sencillo poner una foto a favor de un movimiento, lo complicado es comprometerse con ese movimiento. Lo complicado es convertirse en esa persona que te gusta mostrar a los demás.
Las cosas no son malas o buenas, somos nosotros los que elegimos hacer el bien o hacer el mal. Depende enteramente de nosotros. Es una decisión que se tiene que tomar varias veces al día, que tomamos en cada paso que damos. No es algo que se consiga y lo tienes de por vida, es algo por lo que tienes que luchar día tras día, despertador tras despertador.
Hacer el mal es más fácil que hacer el bien. No pensar es menos cansado que pensar. No admitir los errores es más sencillo que cambiar. Hacer lo que te dicen es más cómodo que hacer lo que deseas. Complacer a los demás y sentirte miembro es más llevadero que pensar por ti mismo e ir a contracorriente, contra la masa.
Tengo una amiga que siempre piensa diferente a mí, y casi siempre diferente al resto. Mis amigos me enseñan mucho. Es la primera persona a la que le envío mis guiones, porque me da caña a base de bien y me hace repensarme las cosas que daba por hechas. Hay aspectos que compartimos, otros que no, pero me ayuda a tener ese otro punto de vista para poner el mío bajo el punto de mira. Incluso muchas veces me hace cambiar de opinión respecto a algo.
No nos enseñan a reflexionar, a contradecir. Desde pequeños nos sientan en una silla rectos como palos. Calladitos y meaditos. Nos dicen lo que podemos y no podemos hacer, lo que debemos y no debemos pensar y sobre todo nos enseñan a obedecer. Obedece, no rechistes, los mayores llevan razón, tu no, tú no vales nada, tu opinión no cuenta, eres un niño, eres inferior, mejor cállate y deja a las personas con juicio decirte lo que es mejor para ti, no hables, mejor cállate, no pienses y sobre todo pórtate bien, no me hagas enfadar. Esa es la raíz del problema. Cambia niño por mujer, o por negro, o por pobre, o por feo. Da igual. Todo es lo mismo. En una sociedad donde hay superiores e inferiores no puede haber justícia. Nos lo enseñan desde que nacemos. Calla y obedece porque yo lo digo, cuándo sabemos que el respeto se enseña respetando y el amor amando.
Nuestra salida es dejar de hacer justamente lo que nos inculcan que hagamos. Pensar y no callarnos. Reflexionar, actuar y atreverse a ser un paria. Pastilla azul o roja, azul o roja. La decisión siempre es tuya.
Foto de Wallace Chuck
Como siempre, tan auténtica, tan profunda. Cierto es que absolutamente todos pecamos de alguna de esas frases lapidarias que tanto deberíamos evitar… Sólo espero que todo esto nos lleve a abrir un poquito más los ojos. Gracias a ti, por lo menos, un poco más lo hacemos.